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Para el momento en que escribo y comparto este texto, hemos estado inmersos en la pandemia por SARS-CoV-2 hace varios meses. Habiendo pasado por las primeras semanas de incredulidad, sentirnos ajenos a la situación y angustia progresiva en la fase de preparación, algunos habrán vivido ya la experiencia directa de atender pacientes, sentirse en riesgo físico o estar anticipando un futuro incierto, que de alguna manera se vive como una traición a nuestras expectativas y al esfuerzo dedicado por años para construir una vida acorde a nuestros valores y deseos. En este proceso, nos vemos afectados no solo por nuestras experiencias del presente y pasado individual, sino por todos los estímulos a que nos vemos sometidos actualmente: las opiniones, mensajes, recomendaciones, predicciones contradictorias, el pesimismo y la angustia en el entorno. Es tanto un duelo por la vida que ha cambiado, como por la pérdida de la certeza, la confianza, la predictibilidad con la que contábamos hasta ahora. Y como en todo proceso de duelo, es muy probable que pueda reconocerse pasando por fases de confusión, rabia, ansiedad, frustración, impotencia y negación, alternadas con otras de mayor tranquilidad, optimismo, confianza, aceptación y entrega.
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